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El sábado 14 de noviembre de 2020 se llevó a cabo la gran Marcha Nacional en diversos puntos del país, en protesta contra la vacancia presidencial y la toma de mando de Manuel Merino.
Marchas.
Luchando por nuestra democracia
CRÓNICA
Escribe: Verioska Reyes
A las 6:43 horas del jueves 12 de noviembre, cuando la noche empezó a ensombrecer los rincones de la plaza San Martín en el Centro de Lima, un desconocido lanzó la primera bengala que iluminó el cielo de verde arlequín. Bajo el monumento en honor al libertador, decenas de miles de personas – en su totalidad jovencitos entre 20 y 30 años que se movilizaron desde diversos puntos de Lima- explotaron de júbilo. Así, las protestas contra el gobierno de Manuel Merino de Lama, llegaron a su cuarto día consecutivo en territorio nacional e internacional.
Armados con cacerolas, pancartas, chicharras, banderas y celulares bien cargados, un pelotón incontable de centennials tomaron las principales avenidas y jirones del Centro de Lima, con arengas y cánticos que invitaron de manera no muy amable al presidente de la República a abandonar Palacio de Gobierno en el acto. Para los entendidos, la que ahora llamamos Generación del Bicentenario marcó un hito en la historia reciente de nuestro país: protagonizó la marcha más multitudinaria que se haya visto.
Mientras las redes sociales se inundaban de selfies y los hashtags #MarchaNacional y #MerinoNoMeRepresenta se hacían trending topic, en la vida real –siempre dura, siempre cruda- el polémico ‘Richard Swing’ era vacado de la protesta a botellazos. Las llamadas desesperadas a su amigo, el ministro del Interior, no fueron fructíferas. No tenía señal. Los asistentes no perdonaban nada. Muchas familias se unieron a la marcha desde lejos se podía observar a madres de familia con sus niños en brazos.
La marcha -engalanada con la presencia de Gian Marco, creador de ese himno que retrata la represión emocional: “Me he acostumbrado a obedecerte y me prohibiste reclamar. Cuidaste que no me rebele, controlaste hasta mi libertad”- arrancó a las 5 de la tarde.
Una hora antes, un helicóptero perteneciente de la Policía Nacional del Perú comenzó a atacar a los manifestantes lanzando bombas lacrimógenas. Todos trataban de escapar corriendo, pero fue imposible.
La caravana, llena de color y bulla, llena de mixtura y energía, se movilizó por las calles como una gigantesca serpiente: lenta, recia, imponente y tranquila. Inició su peregrinación por Nicolás de Piérola, continuó por Wilson, dobló por Paseo Colón y retornó por Paseo de la República hasta llegar nuevamente a la plaza San Martín, donde se desvió en dirección a la avenida Abancay con destino al Congreso.
Después de las ocho de la noche, se escucharon los primeros disparos de bombas lacrimógenas. Durante la estampida de repliegue, litros de vinagre empezaron a correr por las calles del Centro Histórico. Luego llegaron los disparos de perdigones a quemarropa. Aunque el ministro del Interior, Gastón Rodríguez, desmintió el uso de estos proyectiles, diversos heridos de gravedad lo contradicen. La represión policial fue desmedida e irresponsable, hay registros en videos de agentes policiales amenazando con sus armas y otros lanzando frases como ‘mátalo, mátalo’. Los jóvenes estaban armados con pancartas y cacerolas. Los policías con armas de fuego y bombas lacrimógenas como si de la guerra misma se tratase.
Al filo de las diez de la noche la situación se volvió incontrolable. Vándalos camuflados atizaron el fuego, promoviendo violencia y destrucción. El monumento en honor al libertador don José de San Martín, que fue arropado con una tela blanca, desapareció entre la humareda de gases lacrimógenos. Algunos muchachos respondían con piedras, botellas y palos. Otros, enardecidos de amor, abrazaban a sus chicas entre la picazón y el ardor de sus vías respiratorias sin retroceder un paso: hagamos el amor y no la guerra. Algunos heridos en el piso recibían la ayuda de un grupo de universitarios estudiantes de medicina.
En primera fila se encontraban mujeres desactivando bombas lacrimógenas. Skaters defendiéndose con sus pequeñas y fuertes tablas. Una cruz roja improvisada auxiliando a los heridos. No solo Lima estaba inundada de miles de personas marchando por la democracia, también las provincias. En cada rincón del Perú se sentía el apoyo a todos los limeños quienes le hacían frente a la policía.
Muchos jóvenes que marcharon aquel día no llegaron a casa, sus familiares compartieron información de los desaparecidos. Todos ellos, se encontraban en las comisarías del centro de Lima. La plaza San Martín se llenó de bombas y caos. Los manifestantes decidieron dar un paso al costado. Más tarde todo el Perú y el mundo se enterarían del asesinato de dos jóvenes: Bryan Pintado e Inti Sotelo.
El primero tenía cuatro impactos de perdigón en el tórax, y el letal fue el que se le encontró a la altura del corazón. Tenía 22 años y era estudiante de Turismo en un instituto de Lima. El segundo murió después de recibir once proyectiles por parte de la PNP en el rostro y en el cuello. Era un universitario de 24 años de edad. Murió en el Hospital Almenara.
En el corazón de Miraflores
CRÓNICA
Escribe: Georgina Pérez
14 de noviembre, 6 de la tarde. “Merino no me representa” era la consigna que se repetía sin cesar en el parque Kennedy y en sus alrededores. Ese día eran miles los peruanos que salían a lo largo y ancho del territorio nacional a exigir que se hiciera respetar la democracia.
La lucha era de todos. En las calles salían jóvenes, niños, adultos mayores e incluso mascotas. La situación que se vivió durante aquellos días evidenció la necesidad de cambio y que no tenían miedo de salir a las calles para defender a su patria. Ese día todos salieron, no hubo excepción.
Teresa, a sus 73 años, olvidó, por un momento, la crisis sanitaria que ataca al mundo por el covid-19 para salir a protestar desde la puerta de su casa en el distrito de Miraflores.
Para ella, el futuro de sus nietos es su mayor anhelo y sueña con que puedan crecer en un país donde prime la justicia, la lealtad y el comportamiento adecuado de quienes dirigen lo dirigen.
Con unos ojos verde esmeralda llenos de sabiduría, Teresa veía con orgullo pasar a cada uno de los jóvenes que no se amilanaban ante la situación que estaba afrontando el Perú.
Su nieto Samuel también salió a marchar. El estudiante de Derecho de 26 años entiende la importancia de que su voz, que es la del pueblo, debe ser escuchada.
Al mismo tiempo, en la Av. Arequipa, Laura caminaba en dirección a la concentración principal en la Plaza San Martín en el centro de Lima.
La arquitecta de 28 años levantaba con sus manos un cartel elaborado por ella misma que decía “Merino no es mi presidente”. La noche anterior decidió dormirse unos minutos más tarde para plasmar en papel un sentimiento nacional.
Su plan del sábado había cambiado a última hora. Una semana antes no hubiese imaginado que salir a la calle se iba a convertir en motivo de planificación para juntarse con sus amigas.
En dirección al malecón se dirigía otra movilización, integrada, entre otras y otros, por Mariana. De 40 años, casada y con tres hijos, echaba a andar sus pies mientras con sus manos tocaba, cual tambor, una de sus ollas.
La principal razón por la cual salía a la calle eran Tomas, Matheo y Lucas. Ser la voz de sus menores hijos era su principal misión y sabía que contribuiría al futuro de los seres más importantes de su vida.
Volvemos al parque Kennedy, epicentro de la protesta miraflorina. Las calles del concurrido parque se veían rodeadas por un mar de gente que al cantar de una sola voz demostraban el fervor por la patria.
Cacerolas, carteles, bocinas y banderas fueron algunos de los accesorios que utilizaron los manifestantes ese día para hacer sonar su voz. Al fondo los acompañaban las bocinas de los autos que entonaban una sinfonía sin acordes, sin partituras, pero llena de patriotismo.
Una batucada tocaba al cantar de los asistentes un sinfín de canciones mientras que algunos se atrevían a bailar un par de melodías agitando sus banderas blanquirrojas. El lugar se había convertido en un punto de protesta con sabor a patriotismo.
En patines, bicicletas o scooters llegaban hasta el corazón de Miraflores para sumar un granito de arena y levantar la voz. En las bicicletas se podía apreciar algunos carteles mientras que recitaban algunas arengas.
En el ambiente se respiraba no solo un ambiente de cambio, sino un sentimiento de orgullo por lo que estaban logrando entre connacionales. Por primera vez, en mucho tiempo, no era el fútbol el que unía a todos los peruanos. La imagen podía ponerle la piel de gallina a cualquiera.
En ese momento no importaba si eras de Alianza o de la U. Si te gustaban los tatuajes o no. Aquel sábado dejó de importar la ideología religiosa y cualquier tipo de creencia. Ese día la camiseta era una: la peruana.
Los políticos despertaron al león dormido. La tan mencionada generación de cristal esta vez tomó la decisión de romper sus paredes para protestar en un solo grito: se metieron con la generación equivocada.
La otra protesta
CRÓNICA
El cacerolazo se convirtió en una señal de protesta desde balcones y ventanas durante la crisis política.
Fue la alternativa de quienes no podían marchar pero querían manifestar su indignación.
Esta forma espontánea de alzar la voz no es nueva: encuentra su primer precedente en la Francia de Luis Felipe I, en la década de 1830. Desde entonces, en diferentes países, épocas y coyunturas, el cacerolazo ha servido como medida de protesta.
Aquí un repaso de lo que se vivió en diferentes puntos de la capital en el cacerolazo más grande que ha vivido Lima.